sábado, 4 de junio de 2011

Imágenes caligráficas, The Pillow Book (1996)


En Las sendas de Oku, de Basho, se afirma

En la noche sin estrellas
me guía el corazón.



La nieve de la cima
piensa que es eterna,
mas sólo es
el sueño del volcán.

o

Dios está ausente
las hojas muertas se amontonan
todo está desierto.



Mientras la literatura occidental apostó por la trama y la información explícita, en Oriente el poeta apostó por la fugacidad, por lo indeterminado, por la admiración del instante y la brevedad de los textos.  Antes que la novela, el poema fue un texto inscrito en medio de otros lenguajes: lo musical, lo pictórico. Eran y siguen siendo estrechas las relaciones entre la filosofía de la vida, la poesía y la pintura, más concretamente en el arte caligráfico.



La comunicación con Oriente ha resultado siempre fructífera; la poesía de las vanguardias renovó su idea del verso cuando descubrió a los antiguos poetas filósofos. Mas este contacto ha resultado siempre un tanto ilusorio. A los occidentales no les queda otra alternativa: acercarse a un universo poético de connotaciones filosóficas y existenciales solo a través de la superficie de los signos. 



Ya en 1970 Roland Barthes en El imperio de los signos se refería a Japón como el ejemplo máximo de este desconcierto: un mundo de signos que se exhibe en la totalidad de los elementos de la existencia, preservando sus profundas significaciones. Estamos siempre afuera de este universo, la caligrafía china y japonesa son para nosotros el signo en su condición críptica, mágica y hermética, por excelencia.



Los signos de la escritura, como se observa en The Pillow Book, se sostienen en tanto están vinculados a una filosofía de la existencia; son parte de un ritual (los aniversarios). Peter Greenaway explora no solo una trama argumental sino un conjunto de rituales con las superficies de la escritura, con las tintas, con los pinceles, con la fabricación y el culto a los libros, con las antiguas tradiciones cortesanas.



Dos temas atraviesan esta historia de la escritura: las connotaciones eróticas y el abandono de los signos. Lo escrito sobre la piel se vuelve secundario; lo esencial es la imagen de los signos, los ritmos de la escritura, la pasión de los calígrafos. Treat me like a paper of a book, le pide Nagiko a su amante y calígrafo, con connotaciones tanto a la escritura como a sus aventuras sexuales.



Pero como lo manifiesta la película desde un comienzo, asistimos, incluso con Oriente, con la China  y Japón, de manera acelerada a sobreexposición de los signos, a su comercialización o al abandono de los rituales. El fuego, que aparece reiteradamente, cumple parte de ese otro ritual: suerte de ceremonia de paso, suerte de auto de fe, en donde se borra el pasado o se le purifica.



Después de Los libros de Próspero (1991), obra en la cual Greenaway rinde homenaje a la obra de Shakespeare, con The Pillow Book (1996)  se traza la tarea de rendirle homenaje a la escritura oriental, pero más concretamente a Babel, a la confusión de las lenguas. En la película, Nagico deberá comunicarse con sus amantes no chinos en mandarín, en francés o en inglés.



The Pillow Book tiene como referente un antiguo texto de Sei Shonagon (contemporánea y rival de Murasaki Shikibu, autora del clásico Los libros del príncipe Genji, c. siglo X), autora de un 枕草子 Makura no Sōshi o libro de almohada, con sus listados de cosas agradables, cosas amables, cosas molestas. De su relación con estos libros pintados deriva Greenaway la idea de una película concebida como un libro ilustrado. Peter Greenaway no duda en ofrecer imágenes en las que a través de juegos de recuadros, ya en blanco en negro, ya a color, usa imágenes de reservas, cuadros flotantes, ladillos, textos en japonés, chino, francés e inglés.



La banda sonora de la película incluye tanto música electrónica como una combinación de cantos budistas interpretados por monjes lamas, música y líricas de Guesch Patti, pasajes electrónicos de Autopsia y notas de Mozart; da cuenta de esta manera de un babelismo similar, de mundos que se funden: Oriente y Occidente.



La película se sostiene en un conjunto de antinomias: a los mundos de la escritura ritual se opone el paisaje de las grandes urbes; sobre los antiguos textos poéticos, el lenguaje de la publicidad y las pasarelas; sobre el alma poética de Nagiko, la rudeza de los guerreros, el pragmatismo comercial de los editores.