sábado, 26 de octubre de 2013

El ciudadano Kane, de Orson Welles: poder y titulares


Más allá del enigma de Rosebud

El ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), de Orson Welles, se nos antoja, a más de siete décadas de su estreno, una película de trascendente actualidad. La primera impresión la aporta el ejercicio artístico fotográfico, los encuadres inusuales, el depurado ejercicio escenográfico y actoral; en pocas palabras, la velocidad narrativa -un rasgo que hoy es casi una exigencia cuando se quiere hablar de medios de comunicación-, el exceso de información. 





Welles apeló a toda la tecnología de su época, a toda suerte de encuadres y a las novedades de las cámaras, el uso de teleobjetivos para captar incluso primeros planos, la agresiva combinación de contrapicados, el uso de los ojos de pescado en algunas tomas, la combinación de planos en una misma toma, los movimientos de cámara, los juegos de sombras que dan a esta propuesta en blanco y negro una riqueza cromática excepcional. La musicalización y la agilidad de sus diálogos, que hace que cada imagen y cada instante de la película este dotado de una riqueza visual y simbólica. 





El ejercicio narrativo incluye un resumen biográfico por la vía de un flash informativo (News on the March) con que se inicia la película y la combinación de cuatro flashbacks narrativos, que desde la perspectiva de cada narrador (Thatcher y Berstein, ligados a sus primeros años; Jedediah Leland, su único amigo; y, finalmente, Susan Alexander, su segunda esposa, su segundo fracaso) aportan “otra mirada”, otra verdad, a la reconstrucción de la vida de un hombre: desde su infancia, cuando hereda una gran fortuna gracias al hallazgo de una veta de oro; luego en el momento de la recepción de la fortuna a los 25 años de edad, cuando el joven millonario decide poner todo su capital en un periódico por entonces desconocido, hasta convertirse en el magnate de la prensa norteamericana, su ascenso político, su caída, sus dos matrimonios, la construcción de Xanadu, su caída, su soledad, su silencio, su muerte.







Más allá de todo esto, podemos reconocer la versatilildad de un actor, el propio Welles (coguionista, actor, director y productor) que a lo largo de la película rejuvenece y envejece, una y otra vez, hasta el instante de su muerte. El enigma de “Rosebud” que da origen a la necesidad de restaurar una vida, un detalle mínimo, que intenta “dar norte” a una búsqueda (por parte de un joven periodista, Thompson), el sentido de la última palabra que pronunció el magnate en el momento de su muerte. 



La historia del Khan de la prensa es una devastadora crónica del papel de los medios en la sociedad norteamericana. Como lo señala McLuhan, en Gobernar infiltrando a la prensa, Kane gobierna durante varias décadas desde los titulares de su periódico. Algunas máximas en labios de Kane recuerdan el ensayo de McLuhan: “las noticias ahora serán 24 horas al día”; “la importancia de la noticia se medirá por el tamaño de los titulares”, “la realidad se ajustará a lo que publiquemos en primera plana”, “todo dependerá de lo que nosotros escribamos”, “el New Yorker ya le declaró la guerra a España”.







A lo anterior sumemos el humor negro que aporta el tono satírico de la historia -sabemos muy bien que la obra fue una parodia inspirada en el magnate de las comunicaciones William Raldoph Hearst-. La actuación de Welles personifica con creces la megalomanía de Kane y todas sus extravagancias desde el mismo trabajo fotográfico y actoral, ofreciendo siempre una imagen que se impone al resto del escenario, aplastando toda otra historia. 




En medio de todo este juego arrollador, permanece Rosebud. La película da algunas pistas pero no resuelve: una palabra impresa en un juguete de madera que al final es consumido por las llamas, el nombre de una casa envuelta en la nieve lejana de la infancia, el nombre de una primera novia cuyo nombre nunca apareció en titulares; rosebud en inglés no es otra cosa que “botón de rosa”, término propio tomado de las historias sentimentales que hacían carrera en el cine, y que hubiera podido mantener en vilo la atención del público del teatro de vodevil (vaudeville, comedia frívola que intenta mantener la atención mediante una cierta intriga). Incluso en este detalle Welles mantiene su insuperable humor y ambigüedad. 




viernes, 18 de octubre de 2013

Un grito en la oscuridad (1988)


Ciclo: Medios Discurso y Poder

Este nuevo ciclo de ocho películas gira en torno a una serie de cuestionamientos sobre la relación entre medios, poder y discurso. Se pretende analizar el papel de medios como la prensa, la radio, la televisión y el internet en la construcción de los imaginarios socioculturales y los efectos políticos de sus acciones. 



Para hablar del papel de los medios y de la opinión pública iniciamos este ciclo con Cry in the Dark (1988), de Fred Schepesi; hablaremos de Medios de prensa y poder, de la mano de El ciudadano Kane, de Orson Welles, 1941. Nuestra reflexión sigue con Harvey Milk (2008), de Gus van Sant, y Cortina de Humo, Wag the dog, de Barry Levinson (1997); con películas como The Matriz y La Clase (Laurent Cantet), abordaremos otras formas del discurso y en concreto los dilemas del discurso pedagógico. Con La vida de los otros, de Florian Henckel (2006), hablaremos del estado vigilante. Terminamos este ejercicio con In my country, John Boorman (2004), para hablar de la relación entre escritura y memoria y, en suma, sobre la escritura de la historia oficial. 




Un grito en la oscuridad, en inglés Cry in the dark, tiene como título original Evil Angels, y abre con ello un juego de palabras. ¿Quiénes son aquellos “ángeles perversos”? La película de Fred Schepesi es un buen ejemplo de la incidencia de los medios de comunicación en todos los estamentos de la sociedad. Los medios aparecen en esta historia llevando a cabo un juicio paralelo al que se realiza en los estrados; los vemos invadiendo todos los estamentos de la vida social, monopolizando la totalidad de la existencia; podríamos afirmar que los medios tematizan la conversación cotidiana, es decir, establecen los temas de los que hay que hablar y encauzan la opinión público anticipando los juicios y usufructuando las tensiones sociales.




A través de medios como la radio, la prensa, la televisión la realidad es editada para crear un efecto noticiario; los titulares explorar las posiciones radicales, se nutren de la truculencia de la historia, sacan provecho de las posibilidades más bizarras. Lo sensacional, lo extraordinario, el crimen siempre han llamado la atención de las masas; hoy todos estos elementos se encuentran con creces en los tribunales de justicia, en los pasillos de la corte y los agentes noticiarios van por sangre humana. 




Siguiendo a Bourdieu, la opinión pública no existe, no existe como ilusoriamente pensamos que existe, como un ejercicio de la democracia y de la madurez intelectual de una sociedad civilizada; en contraste, sí existe como artefacto y estrategia estadística que fabrica la ilusión de que basta con sumar las opiniones individuales para generar un ejercicio democrático. La idea de la opinión pública como la ofrecen los medios de comunicación, y apelando al artilugio de los números, se convierte en un ejercicio de polarización que niega la posibilidad de reconocer en los matices, las tensiones que dan vida a la interacción social. 




Lo interesante de la película de Schepesi es, no obstante mantener una línea argumental centrada en la historia de la familia Chamberlain y en particular en Linda (Meryl Streep), la propuesta casi etnográfica de su tratamiento; algo que logra el autor al introducir, a lo largo de toda la obra, la mirada de los otros:  público desde sus sitios de trabajo, amas de casa, familias en medio de una cena; los periodistas en los pasillos, en sus salas de redacción, en las puertas de los tribunales; público, en general, en cualquier lugar y momento donde haya encendido un radio o un televisor; titulares de prensa, recortes; el detrás de escena de los shows periodísticos; comentarios sueltos de los fiscales y de los abogados. Desde una perspectiva cerrada, centrada únicamente en el drama de Linda, asistiríamos únicamente a una muestra de las precariedades de la justicia; tal como lo hace Schepesi, el resultado es que la película aporta una visión panorámica de las tensiones sociales e ideológicas.