Al igual que Los olvidados, de Buñuel, Dios y el Diablo en la Tierra del Sol, de Glauber Rocha (1964) es un clásico del cine latinoamericano. En uno de los tantos países llamados Brasil existe una región de extensiones inconmensurables, tierra árida e indómita en donde muchos persiguen la tierra prometida: el sertón. Después de la Revolución Cubana, que alentaba en el espíritu de muchos de los intelectuales latinoamericanos, el cine brasileño imbuido de la estética del neorrealismo italiano, llevó a cabo una serie de experimentos con los que volvía sobre temas sociales de sesgo fuertemente político y militante.
La historia de Manuel, el campesino sertanero que encarna al hombre desposeído de la tierra, desplazado primero al fanatismo y luego a la violencia, se vivía literalmente en los habitantes del Grande Sertao, la tierra mitificada literariamente primero en los crónicas de Euclides da Cunha y luego a través de la magia del màximo cuentista y novelista brasileño, Joao Guimaraes Rosa, autor de Grande Sertao Veredas.
Glauber Rocha se abre paso a través de un lenguaje inusual, irrumpiendo con un relato fragmentado, con una cámara en el hombre y apelando a muchos actores naturales. Salvo el personaje de Antonio Das Mortes, la mayoría de los personajes de la historia son los mismos que deambulan por el territorio sertanero y que medran en las crónicas populares de los juglares de la región.
Esta historia de expoliación, de la violencia crónica, ha sido igualmente analizada literariamente por Jorge Amada en obra como Cacao y Los coroneles, en donde narra las historias no solo de los pueblos desplazados sino de los terratemientes que antes de convertirse en señores eran simplemente patrones de bandidos y matarifes a caballo del tipo Antonio Das Mortes.
Deus e o diabo na terra do sol fue filmada directamente en el sertao y hace parte de la crónica que luego continúa la historia con Antonio Das Mortes. De acuerdo con la “estética de la violencia”, movimiento en el cual se inscribe esta propuesta, se llega a la violencia empujado por el hambre y la justicia, con la esperanza de que tarde o temprano se dé un acto revolucionario y transformador, descolonizador consciente.
En contraste con las ciudades pujantes, prósperas y ricas del Brasil, el sertao parece una Terra sim fim, abandonada y sin expectativas, en donde impera la ley de los cangaceiros y los santones. Mas para mostrar esta historia, narrada desde la perspectiva de un juglar ciego, Glauber Rocha recurre a una combinación de primeros planos con rápidos movimientos y resultados fuertemente expresivos que nos recuerdan muchas de las escenas del Acorazado Potemkim, de Sergei Eiseinstein; en otros casos, con la cámara en el hombre, el plano se desplaza lentamente hasta alcanzar vastos horizontes, haciendo honor a las palabras del Guimaraes, quien dice: “Esto es el sertón, algunos quisieran que así no fuera; que fuera otra cosa, pero así son las cosas, se puede andar diez o quince leguas sin encontrar morada alguna, ni pastos buenos...”