Más allá del enigma de Rosebud
El ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), de Orson Welles, se nos antoja, a más de siete décadas de su estreno, una película de trascendente actualidad. La primera impresión la aporta el ejercicio artístico fotográfico, los encuadres inusuales, el depurado ejercicio escenográfico y actoral; en pocas palabras, la velocidad narrativa -un rasgo que hoy es casi una exigencia cuando se quiere hablar de medios de comunicación-, el exceso de información.
Welles apeló a toda la tecnología de su época, a toda suerte de encuadres y a las novedades de las cámaras, el uso de teleobjetivos para captar incluso primeros planos, la agresiva combinación de contrapicados, el uso de los ojos de pescado en algunas tomas, la combinación de planos en una misma toma, los movimientos de cámara, los juegos de sombras que dan a esta propuesta en blanco y negro una riqueza cromática excepcional. La musicalización y la agilidad de sus diálogos, que hace que cada imagen y cada instante de la película este dotado de una riqueza visual y simbólica.
El ejercicio narrativo incluye un resumen biográfico por la vía de un flash informativo (News on the March) con que se inicia la película y la combinación de cuatro flashbacks narrativos, que desde la perspectiva de cada narrador (Thatcher y Berstein, ligados a sus primeros años; Jedediah Leland, su único amigo; y, finalmente, Susan Alexander, su segunda esposa, su segundo fracaso) aportan “otra mirada”, otra verdad, a la reconstrucción de la vida de un hombre: desde su infancia, cuando hereda una gran fortuna gracias al hallazgo de una veta de oro; luego en el momento de la recepción de la fortuna a los 25 años de edad, cuando el joven millonario decide poner todo su capital en un periódico por entonces desconocido, hasta convertirse en el magnate de la prensa norteamericana, su ascenso político, su caída, sus dos matrimonios, la construcción de Xanadu, su caída, su soledad, su silencio, su muerte.
Más allá de todo esto, podemos reconocer la versatilildad de un actor, el propio Welles (coguionista, actor, director y productor) que a lo largo de la película rejuvenece y envejece, una y otra vez, hasta el instante de su muerte. El enigma de “Rosebud” que da origen a la necesidad de restaurar una vida, un detalle mínimo, que intenta “dar norte” a una búsqueda (por parte de un joven periodista, Thompson), el sentido de la última palabra que pronunció el magnate en el momento de su muerte.
La historia del Khan de la prensa es una devastadora crónica del papel de los medios en la sociedad norteamericana. Como lo señala McLuhan, en Gobernar infiltrando a la prensa, Kane gobierna durante varias décadas desde los titulares de su periódico. Algunas máximas en labios de Kane recuerdan el ensayo de McLuhan: “las noticias ahora serán 24 horas al día”; “la importancia de la noticia se medirá por el tamaño de los titulares”, “la realidad se ajustará a lo que publiquemos en primera plana”, “todo dependerá de lo que nosotros escribamos”, “el New Yorker ya le declaró la guerra a España”.
A lo anterior sumemos el humor negro que aporta el tono satírico de la historia -sabemos muy bien que la obra fue una parodia inspirada en el magnate de las comunicaciones William Raldoph Hearst-. La actuación de Welles personifica con creces la megalomanía de Kane y todas sus extravagancias desde el mismo trabajo fotográfico y actoral, ofreciendo siempre una imagen que se impone al resto del escenario, aplastando toda otra historia.
En medio de todo este juego arrollador, permanece Rosebud. La película da algunas pistas pero no resuelve: una palabra impresa en un juguete de madera que al final es consumido por las llamas, el nombre de una casa envuelta en la nieve lejana de la infancia, el nombre de una primera novia cuyo nombre nunca apareció en titulares; rosebud en inglés no es otra cosa que “botón de rosa”, término propio tomado de las historias sentimentales que hacían carrera en el cine, y que hubiera podido mantener en vilo la atención del público del teatro de vodevil (vaudeville, comedia frívola que intenta mantener la atención mediante una cierta intriga). Incluso en este detalle Welles mantiene su insuperable humor y ambigüedad.